viernes, junio 30, 2006

El Sinha que esperamos

El árbitro decidió no agregar nada al segundo tiempo extra. Tenía razón. No había necesidad. Los análisis, las críticas y las réplicas de lo sucedido ante Argentina en los octavos de final del Mundial en Alemania serán totalmente bizantinas, baladíes, sin sentido.

Quienes gustan regodearse en la derrota; bailarán un año, quizá, con el cadáver del sueño de millones. Exprimirán hasta saciarse el jugo de una promesa no cumplida.
Yo me quedo con el sabor amargo de la derrota repetida, con la frustración y el peso de los años que deberán pasar para ver a la verde hacernos levantar la frente, inflar el pecho, mirar al resto de un modo diferente. Me quedo también con un rostro, el de la vergüenza deportiva.

Las transmisiones del mundial han tenido como constante retratar el rostro de la derrota; en las tribunas, un aficionado de cualquier edad, no importa el sexo; cobijado al abrigo de una bandera, mira a los guerreros de su país retirarse del campo de los sueños con la cabeza baja, mientras un par de lágrimas le escurren el rostro pintado.
Al finalizar el México-Argentina, la cámara parecía no decidir el rostro exacto que pudiera reflejar el drama de la derrota deportiva. Desde el momento en que el árbitro silbó el final, comencé a perderme en mis reflexiones mientras esperaba al mesero con la cuenta de lo consumido con tantas esperanzas. Y sucedió, entre la gente, al fondo del restaurante, sobre la blanca tela de la “pantalla gigante”, apareció en un close-up extremo, el rostro de un brasileño-mexicano con el llanto contenido, enfundado aún en su casaca verde.

Sinha parecía mirar la cámara, el césped, el festejo del rival, la derrota en la silueta de sus compañeros; los restos de la batalla. Estoy convencido que no lograba ver nada. Los brazos en jarra sostenían a un hombre presa de la soledad extrema, la de la derrota. No tengo idea de lo que pasaba por su mente, no pretendo tratar de interpretar su mirada ni divagar sobre su dolor; de lo que sí estoy seguro, es que ese hombre, a sus treinta años, estaba sopesando aún sobre la cancha la enseñanza que deja siempre la derrota. No volveremos a ver a Sinha en la vitrina de un mundial, pero Antonio Naelson se ganó su lugar en el recuerdo de muchos con un segundo tiempo de ensueño ante Irán.

Es tiempo de dar vuelta a la página. Al ver el rostro de Sinha en el campo de Leipzing, supe que, pese al dolor de la derrota, este año veremos al mejor 10 que el Toluca pueda tener. Un jugador en el mejor momento de su carrera, con una madurez forjada con dolorosas eliminaciones y sufridos campeonatos. Unos juegos olímpicos y un Mundial jugados son experiencias que harán brotar lo mejor del comandante en jefe del ataque rojo, el diablo mágico, visionario del gol.
La vergüenza deportiva pareciera ser una especie en extinción, Sinha la tiene. Mientras el resto del equipo vive una intensa pretemporada en los Cabos, Antonio terminará de digerir la dura enseñanza recibida, sopesará las experiencias adquiridas, y veremos regresar, estoy seguro, un Sinha nuevo, mejorado, el diez que ha demostrado ser, y que todos esperamos.