Que todo cambie para que todo siga igual, reza el adagio. Todo cambia, se transforma, igual en la vida que en el futbol. Los aficionados al Deportivo Toluca tuvimos la fortuna de tener 10 años en las filas de nuestro Club a un depredador del área, un monstruo que anotó 249 goles para la causa escarlata. José Cardozo se volvió desde 1998, cuando logró su primer título de goleo, una pieza clave para la grandeza del Toluca. La falta de gol, por una década, no fue problema en el infierno.
Cuando José se fue de casa nos dimos cuenta que sin él había futuro, pero diferente. Había posibilidad de campeonar, pero no igual. Supimos a ciencia cierta que meter goles no se le da a cualquiera. Toluca ganaba pero le faltaba un trozo de grandeza, el movimiento exacto en el momento preciso. La estocada letal.
Con más resignación que certeza, estos dos últimos torneos nos hemos acostumbrado a ver destellos. Vicente se entrega en cada juego, hace pedazos a la defensa de enfrente, caracolea y baila 90 minutos por partido, pero no ha andado fino últimamente. A su malicia le hace falta un cómplice. Abundis nos dio mucho en los noventas, pero los noventas se quedaron en el siglo pasado. Carlitos Esquivel aún no termina de ser Carlitos, está a un paso de la grandeza deportiva, necesita darlo. Y a partir de ahí, muchos nombres que aún no dicen nada; Lozano, Castillejos, Valadés; esperanzas que no se cumplen aún.
A unos días de comenzar el campeonato Apertura 2006 es muy temprano, demasiado, me dirán algunos, para soñar con goles por racimos para la causa roja. Aún así, me aventuro a hablar de algo que me sucedió el domingo pasado en el Nemesio Díez, mientras se jugaba la Ida del Campeón de Campeones. Por instantes me sentí invadido por esa extraña sensación de lo ya vivido, de lo profundamente familiar; la agradable sensación que debe sentir el exiliado en el momento de volver a casa.
Los equipos lucían duros, imprecisos. El balón les rebotaba en las piernas y no conseguían ligar cinco pases. Vicios de pretemporada que en ocasiones llegan hasta la fecha tres. Aún así la defensa roja lucía solvente, bien plantada en el primer cuarto de cancha. Rosada, Espinoza y Sinha daban visos de lo que puede ser el medio campo. Vicente, imparable, las intentaba todas, enredaba a los defensas y él mismo se enredaba con el balón y salía airoso para tirar el centro a la hoya. Y ahí, muy cerca de la meta de Miguel Calero, lo vi. No sólo era Bruno Marioni, el ex estrella de Pumas venido a menos; fue lo que muchos vimos en él. Ahí estaba el animal de área. Una especie diferente. Un jugador capaz de resolver un juego en un movimiento preciso, mágicamente inesperado. Un matón que cuando tiene el balón a modo es implacable. La peor pesadilla del rival.
Es muy temprano, insisto, para hacer sonar las campanas de La Merced y gritar desde La Teresona que el gol volvió a Toluca, pero ver a Marioni moverse en la delantera roja fue recordar qué se siente. Fue volver a contener el aliento al ver al 9 local tirarse un pique en el momento exacto en que Sinha, Vicente o Esquivel centraban el balón con la malicia de saberse peligrosos.
Sólo fue un partido, lo sé, pero vi cosas. Movimientos visionarios, juego sin balón, sensaciones de peligro constantes para el marco rival, instinto asesino. Vi de nuevo en la delantera del Toluca a un animal de área, a un matón, y recordé qué se siente.
(25 de julio de 2006)
Cuando José se fue de casa nos dimos cuenta que sin él había futuro, pero diferente. Había posibilidad de campeonar, pero no igual. Supimos a ciencia cierta que meter goles no se le da a cualquiera. Toluca ganaba pero le faltaba un trozo de grandeza, el movimiento exacto en el momento preciso. La estocada letal.
Con más resignación que certeza, estos dos últimos torneos nos hemos acostumbrado a ver destellos. Vicente se entrega en cada juego, hace pedazos a la defensa de enfrente, caracolea y baila 90 minutos por partido, pero no ha andado fino últimamente. A su malicia le hace falta un cómplice. Abundis nos dio mucho en los noventas, pero los noventas se quedaron en el siglo pasado. Carlitos Esquivel aún no termina de ser Carlitos, está a un paso de la grandeza deportiva, necesita darlo. Y a partir de ahí, muchos nombres que aún no dicen nada; Lozano, Castillejos, Valadés; esperanzas que no se cumplen aún.
A unos días de comenzar el campeonato Apertura 2006 es muy temprano, demasiado, me dirán algunos, para soñar con goles por racimos para la causa roja. Aún así, me aventuro a hablar de algo que me sucedió el domingo pasado en el Nemesio Díez, mientras se jugaba la Ida del Campeón de Campeones. Por instantes me sentí invadido por esa extraña sensación de lo ya vivido, de lo profundamente familiar; la agradable sensación que debe sentir el exiliado en el momento de volver a casa.
Los equipos lucían duros, imprecisos. El balón les rebotaba en las piernas y no conseguían ligar cinco pases. Vicios de pretemporada que en ocasiones llegan hasta la fecha tres. Aún así la defensa roja lucía solvente, bien plantada en el primer cuarto de cancha. Rosada, Espinoza y Sinha daban visos de lo que puede ser el medio campo. Vicente, imparable, las intentaba todas, enredaba a los defensas y él mismo se enredaba con el balón y salía airoso para tirar el centro a la hoya. Y ahí, muy cerca de la meta de Miguel Calero, lo vi. No sólo era Bruno Marioni, el ex estrella de Pumas venido a menos; fue lo que muchos vimos en él. Ahí estaba el animal de área. Una especie diferente. Un jugador capaz de resolver un juego en un movimiento preciso, mágicamente inesperado. Un matón que cuando tiene el balón a modo es implacable. La peor pesadilla del rival.
Es muy temprano, insisto, para hacer sonar las campanas de La Merced y gritar desde La Teresona que el gol volvió a Toluca, pero ver a Marioni moverse en la delantera roja fue recordar qué se siente. Fue volver a contener el aliento al ver al 9 local tirarse un pique en el momento exacto en que Sinha, Vicente o Esquivel centraban el balón con la malicia de saberse peligrosos.
Sólo fue un partido, lo sé, pero vi cosas. Movimientos visionarios, juego sin balón, sensaciones de peligro constantes para el marco rival, instinto asesino. Vi de nuevo en la delantera del Toluca a un animal de área, a un matón, y recordé qué se siente.
(25 de julio de 2006)